Tina, mi querida Tina…Es posible
que en tiempo muy breve deje de ver el
rostro de Tina, tan distraída, tan
ausente. Al conocerla en la fiesta de
unos amigos, me había impresionado como un coral, sumergida en las
profundidades, lejos de la agitada
superficie, rechazando frases
hechas, palabras convencionales.
La recuerdo acurrucada dentro de su propia
mirada, preparada al salto felino pero aferrada a sus miedos y al pesimismo mal
disimulados. Ingenua, tímida, con su
menudo cuerpo, elegante con su traje gris y la blusa blanca.
Mi amigo se acercó con ella y su mujer, y me dijo: “Ésta es Tina”. Entonces
rocé su tibia mejilla, y reparé en esa vida interior que pugnaba por tomar alas.
Ella se me pegó durante la
noche con una sonrisa esperanzada. Conversamos,
yo atraído por su ternura en el
vano desierto cotidiano.
Después de varias copas, estaba convencido. Amanecía, y la
mayoría se había
retirado. Ella se encontró de pronto en el piano, ejecutando la Danza Ritual del
Fuego de Manuel de Falla, metiéndose con
los dedos en el teclado, y saliendo transformada en llamas bajo la tapa
levantada y reluciente, liberándose
a sí misma en variaciones infinitas, prolongándose en un final que es retorno al
principio, como esto que ahora se termina,
y quizás sea, a su vez, el principio de otra cosa.
Nos fuimos, el sol nacía,
éramos los últimos. Ella me contó de su viudez; yo sentí su soledad y su
tristeza. Me fue fácil conmoverme. Ven, le dije,
te llevo, mientras ponía mi brazo
en sus hombros.
Se me apretó, los ojos húmedos.
A partir de entonces fue vernos todos los
días. Al tiempo, Tina se mostraba lejana, pesimista. Pero tocaba el piano como una acróbata, una malabarista. Todo lo
que se puede hacer con un teclado de ochenta y ocho teclas.
Pasó el tiempo y el piano quedó olvidado. La recuerdo llorando, hablándome, explicando
cosas.
Después de dos años comencé a eludirla, comprendiendo que me
arrastraba a creer
que no valía la pena, la muerte
era la gran salida; debe haber sido cuando me echaron del banco, porque no me
importó.
Me
sumergí en la nada fácil, en el “total para qué”, y a decirle cosas con
el afán de no contradecirla. Ella
escuchaba en silencio hasta que advertí
mi error. Quise sacarla del camino sin retorno, pero sus
maneras suaves y tiernas, me superaban.
Había días normales. Se sentaba en el piano, ejecutaba el
número dos de Rachmaninov, el scherzo de
Saint-Saëns. Yo embelesado,
escuchaba. Pasaba una semana, un mes. En
esos interludios trataba de traerla a la
realidad sin encontrar la solución. Tenía que ayudarla, sacarla de esa agonía, y le decía lo lindo que sería romper los límites que nos
contienen, pasar esa puerta abierta al
todo, a la felicidad, a la alegría. Ella me escuchaba, sonreía, y sin contestar se perdía en el teclado
escapando por las octavas.
Al admitír mi impotencia, me abandoné preguntándome qué hacer. No
entenderla, no ayudarla, era prolongar ocaso y vitalidad
agotándose a diario.
Hasta que sucedió.
Y ahora que la veo, los ojos violáceos, las mejillas
azuladas, caída sobre la alfombra, el frasco todavía en su mano, el piano sonando eternamente, las llamas
devorando las cortinas, las alfombras,
recuerdo ese eterno círculo de la Danza de Manuel de Falla, la Ritual del Fuego.
roberto angel merlo
roberto angel merlo
En situaciones críticas de la vida, en esos túneles que parece que no tienen salida, la ayuda externa es primordial, pero más primordial es el convencimiento absoluto de quien camina por ese túnel sobre su deseo de no dejar de caminar para alcanzar la salida, porque en caso contrario las ayudas se volatilizan como el humo.
ResponderEliminarEsa es mi conclusión a este relato que hoy nos dejas, amigo Rober.
Un abrazo
Fina
Hola Rober, me parece sencillamente divino este cuento; necesitamos tanto de la ternura, ella aparecio justo y fue como un remanso, un suave aleteo, un frescor... Tina era musica delicada, de alto vuelo, tal vez, quizas por eso, tuvo que partir..
ResponderEliminarFue un placer pasar y dejarte un abrazo.
Enternecedor relato,dificil tarea la que nos cuentas en este texto,la ayuda viene bien pero hay que cuidarse que la melancolia no te arrastre a ti tambien porque por mucha ayuda si la persona no quiere recibirla sera trabajo inutil.Me gusto leerte Rober,besine
ResponderEliminarPrecioso relato, me emociona leerte
ResponderEliminarBesos y abrazos
Me ha encantado Rober ,precioso...
ResponderEliminarUn abrazo!!!
Rober,gracias por tu presencia.
ResponderEliminarTu relato sobrecoge y nos lleva a la reflexión...A veces intentamos ayudar a los demás...Cada cual tiene su mundo,su forma de ver y sentir las cosas.Hay seres etéreos,que huyen de la realidad y se escapan poco a poco de ella...Sentimos la frustración de no poder hacer nada,una tristeza extraña nos agobia...Ella se escapaba en la música,en la belleza del sonido,que la elevaba y la hacía sentirse bien...
Somos mundos a veces afines y a veces distintos,que la vida nos conecta con una finalidad interna.Y el tiempo pone todo en su lugar...
Mi felicitación por la profundidad y solidaridad del relato.
Mi abrazo inmenso,compañero y amigo.
M.Jesús
Gracias Fina Tizón, Carolina, Marián, Bego, Majecarmu.
ResponderEliminarAbrazos