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lunes, 25 de febrero de 2013

ANSIAS




Uno puede mezclar igual el whisky con la menta,  diluir de todos modos azúcar en el café, y  sin caer, continuar dando pasos.
La boca no por ello renunciará a su oficio de sonreír.
El sueldo se cobrará más o menos puntualmente, y el invierno, casi siempre nos encontrará vestidos.
Uno, que se pasó la vida haciendo tratos con  los santos, negociando con los pájaros,
ansía arrancarle una  sonrisa  a los  ojos de  la vida,   y seguir mezclando whisky con la menta,  y seguir luchando, y seguir sonriendo.

roberto a. merlo

sábado, 16 de febrero de 2013

CIRCO



   Somos  humanos, pero hay un porcentaje    con ropas,  con un  ligero barniz que los cubre;  un término medio, y  otro  pequeño, donde la humanidad es notoria.


 Pedaleando  entre  tanto  gris  del  barrio ,  se  encontró   con  el  circo.   Nunca  había  espiado un  circo.  Apoyó  su  bicicleta  en  la  valla  amarilla,  y comenzó a  sentir que el viento le borraba las costumbres, le despejaba el cansancio,    desandaba  vejez y  aburrimiento.  En ese hueco del recuerdo,  el viento rebotaba en una y otra jaula como  en su infancia.
      Se  topó  con  acróbatas,    leones  cabizbajos,   una  pantera  que  dormía.   Volvió  al  día  siguiente  y    todas  las  mañanas ,  a  veces  por  la  tarde.   El  guardián  sonreía  al  verlo  llegar.   Espió  vaivenes  de   payasos,   ensayos  de   acróbatas,   y  sintió  tristeza  por  los  animales  en  cautiverio.  Su  cara  flaca  y  arrugada      formó  parte  de  la  valla  perimetral   del  lugar.  
        Lo  dejaron  franquear  el  portón  de  entrada.  Él  se  apoyó  en  la  barra  de  hierro próxima   a  los  jaulones,  y  miró   a  los  felinos.   Al  cuidador  no  le pareció extraño,  había comprendido  que   se  sentía  vinculado  a  los  animales,   que   algo    lejano  en  el  tiempo  lo unía a ellos. 
     Participaba  en  la  alimentación  de  perros  monos  y  leones,   mientras  conversaba  con  ellos.  Entonces veía a los  felinos    amontonados  en  el  mezquino  piso  de  madera ,   mirando  con  ojos  turbios  a  los  que  se  acercaban,   apoyando  la  cabeza  contra  los  barrotes.  
    Avergonzado,   sentía  la injusticia  de   esos  cuerpos  inmóviles  y  silenciosos,  aplastados  en  el  piso.  Imaginaba  al  león  más joven  en un mundo verde y exuberante, donde sobraba el espacio.  Veía  su  cuerpo elástico  y  sigiloso  condenado  a  la  inmovilidad.
     Apoyado en la barra, intentaba penetrar la expresión ausente, buscaba acercarse a los ojos enormes, ingresar a ese mundo salvaje. Ellos lo miraban, inmóviles, orientando sus orejas, olfateando.  Tal vez captaban su esfuerzo por entender lo impenetrable de sus vidas. Los animales  lo reconocían,  lo toleraban.  Los leones movían  los  enormes  dedos  de  una  u  otra  pata,  clavando  las  uñas  en  la  madera.  Los  jaulones  eran  tan  chicos,  que  apenas  giraban  el cuerpo  daban  contra  los  barrotes. 
Esa inmovilidad  obligada    hizo  que  se  acercara  atraído,  la  primera  vez  que  los  vio.   Era   peor  que lo   observado  de  niño    en  las grutas  de  piedra  del Jardín de Niños. .
      Al fin creyó  entender  la actitud  secreta  que  expresaban :   transgredir  el  tiempo  con  una  postura  indiferente.  El  movimiento  repentino  de  sus  garras  contra  la  madera    le  probó  que  eran  capaces  de  evadirse  de  esa  apatía    en la  que  se  sumergían  horas  enteras.  
      Lo  obsesionaban    sus  ojos,   la  delgada  línea  vertical  y  negra  en  el  globo  amarillo  verdoso,   su  profundidad,  que  paulatinamente parecía  menos insondable.
        Entonces percibió  que  se  estaban  acercando.  
        No  hubo  nada  de  extraño,    eso tenía  que  ocurrir.   Cada  vez el  reconocimiento  era  mayor.   Cada  fibra  de  su  cuerpo  sufría  una  tortura indecible,   un  sufrimiento  rígido  en  el  piso  de  la  jaula.   Espiaba  algo,  un  remoto  tiempo  de  libertad  amordazada  en  que  el  señorío  había  sido  de  los  leones.  
       Volvió  muchas  veces   atormentado.   Ellos  y  él  lo  sabían.   Su  cara  pegada  a  los  barrotes,  sus  ojos  comprendiendo    el  misterio  de  esos  otros  ojos.  
      Sin  violencias ,  sin  sorpresa,   el  león  recuperó   el   brillo  en  su  mirada  y  la  elasticidad  de  su  cuerpo.    

      Los  vecinos  notaron    la   ausencia de don Francisco.   A nadie le pareció extraño que    en los ojos de uno de los leones, sonriera don Francisco.
roberto a. merlo

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domingo, 10 de febrero de 2013

NIÑEZ


Mi abuela sembraba grietas en el balcón antiguo,
y por ese balcón yo entraría a la selva de sus relatos.
Durante el día mi madre  nos enseñaba dibujo, pintura, modales, escritura.
Entonces era un niño que sostenía en las manos un elefante de oro.
¿Qué triángulo se dibujaba en el verano de las noches
entre mi madre, mi abuela y yo?
¿en qué abismos se apoyaban los vértices
cuando los bordes que se estiraban como elásticos
me hacían saltar más allá del asombro.
Después lo supe, no existen los colores, las retinas se maravillan
ante la luz
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r.a.merlo

miércoles, 6 de febrero de 2013

EL ESCRIBA




El escriba anotaba la palabra   “sol” en todas sus acepciones, pensando que sería el recurso más adecuado para otorgar luminosidad a su escritura.
A diario abusó del desvalido diccionario, devorando tantas palabras como fuera posible, hasta que una noche la palabra dentellada”, aun sin usar, lo atacó ferozmente.
Para él, que nunca ocupó lugar alguno, para él, que ni siquiera se preguntaba qué es un lugar, vivir en un grano de arena sería más valioso que para nosotros habitar nuestro  mundo. Después de todo, pensaba,  el universo quizás fuera apenas algo más que un grano de arena.
A menudo sentía la culpa como un extraño vampiro, que en los atardeceres emite ultra silencios, para clavar sus colmillos en el lugar más bullicioso de su sangre.
Su mujer, como tantas, no lograba comprender  que la Venus de Milo diera a luz criaturas de brazos  tan perfectos.
roberto a. merlo