ROBER
REFLEXIONES Y NARRACIONES
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sábado, 7 de febrero de 2015
domingo, 7 de septiembre de 2014
GAVIOTA
.
Ella era una gaviota,
un ave libre en vuelo, pero también
era nostalgia en sus horas solitarias. De su boca
salían prosas perfectas, y a veces un te quiero apenas
insinuado. Volaba, sus alas eran un horizonte, en una playa de mar.
Vestía de negro, estaba viuda de amores no confesados, que el
tiempo se había encargado de enterrar. Su único anhelo fue amar, pero
ella no amaba de forma natural, no entregaba su alma, y hasta el amor
desaparecía por falta de interés. Los hombres no la comprendían, la veían
como un ser maravilloso, tanto que nadie se atrevía a confesárselo.
¿Habrá sido amada
alguna vez, al menos una? Si, lo sé, aunque sospecho que más de una
vez. Su vida era solo sólo un sueño, una sombra herida con
forma de mujer.
domingo, 27 de julio de 2014
CAMBIO DE HOHARIO
CAMBIO
DE HORARIO
Las oficinas
de la Bolsa daban
a una calle
céntrica muy comercial,
muy elegante. A
Julián le gustaba
salir de ese
lugar cargado y
tenso y encontrarse
de golpe en
un mundo tan
distinto. Allí valía
la distracción, las
compras o la
confitería. Respiraba aliviado
y dejaba la
atmósfera densa de
humo de cigarro,
para alternar con
ese ambiente distraído
y lejano, tan
despreocupado. Pero era
difícil olvidar el
apremio y las
llamadas frecuentes a
larga distancia, o la
Internet en
la pantalla enceguecedora
de la computadora.
Desde hacía
un tiempo no
le alcanzaba con
bajar las escaleras
o dejarse llevar por
el ascensor. Entonces
buscó refugio en
el club nocturno,
aunque no le
terminaba de gustar.
Sería por eso
que había cambiado
por algo más
absorbente, más dinámico.
Primero fue el
basquet, después otros
deportes, hasta
que el hockey
sobre patines llenó
su tiempo y lo sacó
al fin del
estrés demoledor. En
un principio se
había dejado estar
como mero espectador;
allí valía la
habilidad y el
buen estado físico,
la juventud. De a
poco se fue
metiendo en el círculo,
gracias a que
Cristian era amigo
de otras épocas
y hoy entrenaba
a uno de
los equipos femeninos
del club que
comenzó a frecuentar.
Eran todas
chicas jóvenes y
llenas de vida,
y él había
adquirido cierta habilidad,
en eso de
esmerare cada vez
que hacía la elección,
al decir “aquella”,
casi a dedo,
aunque a boca
cerrada y sin
gestos. Todo empezó, si no se
olvidaba de alguna,
con Viviana. Después
fue Julieta, y
no pretendía recordar
tantos nombres, sólo
con ésos bastaba,
pero el hecho
se había constituido
en una suerte
de acierto en
cuanto a verlas
destacarse como líderes
o goleadoras, y sin
darse cuenta su
entusiasmo por el
resultado de los partidos
fue tomando forma
y cuerpo, a
tal punto que
dejó de ser una
distracción y a
gravitar más y
más en su
vida, a polarizar
eso otro tan
distinto, los problemas
de la
Bolsa.
Sentía que
las cosas con
Marta se iban
dando igual. Una
nueva conquista lo
ayudaría a olvidarse
de la tendencia de los mercados.
Como siempre, le
gustaban dinamismo y
derroche de actividad que
la juventud de
ella se permitía.
Se hizo asiduo
a los partidos
donde podía verla
jugar, y comenzó
a seguir encuentros
interclubes. Su vida en la Bolsa se
estaba tornando mucho
más tolerable con el
equilibrio que significaba
prestarse al rumor
de las canchas,
el ambiente sano,
el olvido primero
y luego el
interés por algo donde
valía el esfuerzo
y la habilidad,
el relax como
premio a tanto
sudor.
Ya era
hora de una
cita. Marta casi
no había reparado
en él, pero eso
pudo compensarlo de la manera
que sabía: el
ramo de flores
encargado de antemano
por si había
triunfo. Marta tendría
que ceder ante
el despliegue de
atenciones y al
fin aceptar un
primer encuentro. Julián,
que era hábil
en el manejo
de ese tipo
de situaciones, aprovechó
esa ventaja. Pero
había algo distinto.
Marta no parecía
una chiquilla más, sabía
mantener cierta distancia,
y eso, en
la actitud ganadora
de Julián, era
un acicate, un
estímulo para lograr
su cometido.
Marta, morena
y callada, blusa
hasta el cuello,
casi siempre ropa
seria, parecía desmentir
su apego al
deporte. Apenas habían
cambiado un par
de frases y ella
no
imaginaba que él
la seguía por
los clubes con la esperanza
de agregar una
estrella más a su
bandera. Era la
tercera vez que
le mandaba flores.
En los últimos
partidos, cuando lo
veía entre el
público, lo saludaba
cordialmente. El la
invitaba a tomar
algo fresco en
el tercer tiempo,
y conversaban mesita
de bar de
por medio. Ninguna
otra cosa que el
interés deportivo parecía
acercarlos por entonces.
Marta se quedaba una
larga hora entre
baño y nuevas
ropas, y era
inútil que Julián
intentara estrategias absurdas
cuando ella saliera.
Aunque de verla
salir, sólo habrían
cambiado algunas frases;
a él lo
desconcertaba esa seriedad,
y por lo general
se volvía. Pasaron
dos semanas donde
el retorno a
su departamento era
Lucía y un
lento reconocimiento de
algo que fue
novedad, y ahora
cabalgaba sobre la
rutina y el
acostumbramiento.
Pero las
cosas con Marta podían apartarse
de lo que
parecía una constante.
Tal vez por
eso se empecinó.
Un mediodía de
domingo se encontraron
en casa de
Marta; casi por
obligación lo había
invitado con otros
amigos después del
hockey, y Julián
pensó que era
triste que sólo
fuera por compromiso.
El lunes
siguiente las cosas
ardían en la Bolsa , Julián
estuvo más estresado
que nunca y
Marta pareció tenerle
lástima cuando él se
lo contó. Quizás
fue por eso
que aceptó ir
al cine. Después
no rechazó el
brazo sobre los
hombros mientras que
Almodovar desplegaba su
arte, y Julián,
que sintió la
mano de ella
cerca de la
suya, la apretó
y siguieron mirando
como si algo
los uniera frente
a la pantalla.
Pensaba que
todo se daba
como tantas veces,
era tiempo de
preparar su departamento, invitarla,
aunque ya no
estaba seguro del
camino a seguir,
no estaba seguro
de que fuera
como otras veces.
No podía imaginarla
deslumbrándose por el
candelabro de velas
de colores o la
música funcional. Estaba
además la cama
de agua con
sábanas de seda
y el cielo raso
de espejos, porque
del consabido baldecito
para hielo con
la botella de
champán mejor prescindir.
Con Marta esas
cosas estaban fuera
de lugar. ¿Y
si todo terminaba
muy distinto a
lo que fueron
sus conquistas habituales?
Sintió que no
le disgustaba la idea, era
hora de dar
punto final a
esa precariedad.
Estaba Lucía,
claro, pero las
cosas con ella habían llegado
a un punto
muerto, hablar era la única
solución.
Una tarde
Marta se dejó
abrazar, él sintió
que no era
simple pasividad, porque los
brazos de ella
lo apretaban: entonces
pudo murmurarle su
deseo. Subieron la
escalera, se volvieron
a unir en el
descanso, y al
fin pudo conocer con
las manos y
los labios su
cuerpo joven que
consentía, verla a
la luz de
la lámpara, acariciar sus
hombros perfectos, sentir
sus manos; después,
abandonados a ellos
mismos, durmieron. Julián sospechaba que
esta vez podía
ser distinto, se
veía tan aplomada,
tan sincera en
sus abrazos, que
pensó en desistir
de su vida
de relaciones pasajeras,
y quién sabe, proponerle
que vivieran juntos,
decirle que de
ahora en más quería
sentirla abandonarse en él,
que la quería para
siempre. Decírselo quizás.
Pero el tiempo no
estaba de su
lado, no cabían
las largas conversaciones. Las
jornadas intensas en la Bolsa lo
moldearon para lo rápido,
lo espontáneo; tampoco
en el amor
parecía haber lugar
para vacilaciones. Marta
debía estar de
acuerdo en todo, no
había necesidad de
aclarar algo que se
estaba dando como
un hecho, ella
no era la
mujer que podía
seguir invitando despreocupadamente.
Pero
decidió que por un
corto plazo, cada uno
hiciera su vida
independiente.
Por ese tiempo,
un sino de
horarios cambiados lo
sacó del transcurso de
los días, y
lo llevó, con
su auto, a
la puerta de
ese hotel. La
vio salir sin
reconocerla. Pero después
no pudo creer
que fuera ella,
caminando del brazo
de un hombre
atlético que se
inclinaba para besarla, no
podía ser ella
con esa ropa
audaz y minifalda,
apretando el cuerpo
con familiaridad contra
el hombre que
la tomaba de
la cintura.
roberto angel merlo
martes, 10 de junio de 2014
MASCARADA
MASCARADA
No ve bien en la noche de luces y
colores, le cuesta estacionar en el parque a pesar de estar iluminado. La ropa
le tira, está incómodo. Se encamina al edificio resplandeciente, escalinata de
acceso, pórtico encolumnado, inmenso ingreso, y un señor, el único, en la
multitud poli cromática. Le entrega su
tarjeta.
Se para junto al espejo bajo la araña
de cristales, y ve, enmarcado en volutas doradas y plateadas, al Arlequín. Lo
rodean extraños personajes que se mueven en la absurda noche de pitos y
matracas.
Absurda sí, repite Darío, pero quizás
más verdadera, como si fuera su propia piel, como si fuera su ropa de todos los
días.
Ya casi ha olvidado a Laura, razón de la velada,
cuando ve una colombina de pálido rostro.
Piensa que el antifaz no alcanza a ocultar tan hermosos ojos.
Arlequín, ya no es Darío, encamina sus
pasos a la colombina. Le habla como si siempre se hubieran conocido, que puede
asombrar en la noche de fantasía y
colores. Vuelca su pasión en palabras que hubiera dicho a Laura. Ve sonreír los
ojos detrás del antifaz.
Laura dejó de existir, sólo importa
colombina. Pasan toda la noche juntos, desearía que esta fuera la realidad, no
la de afuera. Ella curva sus zapatillas
doradas con el arco del pie, él la acompaña en la cadencia del vals.
Cerca, Merlín observa y se ríe a
carcajadas. El sonido se rompe en mil partículas ¿O es lluvia de fuegos artificiales?
El calor lo sofoca, el ritmo es marcado
y rápido, los giros no cesan.
Alcanza a escuchar la última carcajada
de Merlín y apenas la ve.
El silencio los envuelve, el parque está
vacío, las luces pintan formas azules de pinos y palmeras, y allí, frente a él
– los vaqueros se le pegan, la camisa abierta apenas lo alivia – Laura, ¿es ella?, sonríe en la penumbra de
jacarandás.
roberto angel merlo
martes, 29 de abril de 2014
MAÑANA GRIS
Pero
la vida seguirá alentándonos a mirarla como si fuéramos eternos.
Muy
temprano, en esa mañana gris, fui hasta el lago. De la superficie salía un
vapor frío y mágico.
El
chorro cercano a la orilla salía con
fuerza y se diseminaba en lluvia, bailando sobre mi cabeza. Y mi cabeza trataba
de no pensar.
Al
fin, sentí alegría de no ser mercenario,
me entristecí por la guerra en Ucrania, recordé Afganistán, la falta de derechos de
sus mujeres, la violencia física y psicológica.
Me alegré de
que mi única religión fuera la devoción por la naturaleza que hace posible la vida, y
sentí tristeza porque los humanos la estamos exterminando.
Vi pájaros quitándose el agua de las plumas,
árboles húmedos.
Como diciendo
que aun hay esperanza, que no todo está perdido, un sol tímido, comenzó a
iluminar.
domingo, 6 de abril de 2014
LOCAL DE ANTIGÜEDADES
“Se
cambian pesadillas por
sueños”, rezaba el
cartelito. Miró el
local en penumbras y
leyó:: “aceptamos canje de
libros usados”. Atrás,
alcanzó a ver una estantería
colmada de libros nuevos
y lomos desgajados
y descoloridos.
Caminando
por la galería , volvió sobre
sus pasos y descubrió
al viejo entre veladores, percheros y muebles antiguos. Como una
forma de ahogar el aburrimiento, entró.
El viejo, con
sonrisa extraña,
parecía esperarlo. El
sonrió haciendo un
esfuerzo y preguntó: el significado de cartelito.
Cualquier pesadillas
por cualquier sueño,
fue la respuesta,
y agregó que
lo liberaría de
ellas.
-¿Y qué
sueños tendré?
- Nos
dice qué quiere
soñar y nosotros
hacemos el resto.
Dio nombre y señas
de una mujer que lo
alentaba y rechazaba
sistemáticamente.
- Usted
va a tener
ese sueño, y seguramente volverá; ya hablaremos
del pago.
Salió
del local. A las
dos cuadras se le
puso a
la par el
olvido: avanzando hacia él
se acercaba Iris sonriendo. Apuró
el ritmo, y
sintió que cada
uno de sus
pasos lo acercaba a la esperanza.
Cuando se encontraron, era un hombre completo,
pleno de confianza,
dispuesto a esclarecer
el milagro. Desechó
imágenes de oportunidades
perdidas, nunca habían
concretado una cita, pero se
sentía con ánimo de
fiesta. La había visto en
reuniones, donde el
diálogo era imposible,
o hablaban por
teléfono.
Ella
aceptó su compañía y a partir
de ese día empezaron
a ver
sus vidas en páginas
rosadas. Caminaron por
una ciudad de fábula,
dejándose llevar por
las señales de
la noche, acatando
recorridos al azar,
haciendo alto en
las plazas y
besándose en los
bancos. La veía distinta,
pero no importaba,
estaban juntos.
Sentados
en un café,
reconstruían el camino
recorrido, y se
prometían volver a
repetirlo. O acodados
en la baranda
frente al río, miraban
la franja plateada y la orilla silenciosa
de sauces y
arena.
Alquilaron un
departamento y lo
amueblaron con los
pequeños hurtos de sus casas:
un velador, la silla
de mimbre, la
cómoda vieja.
No fueron palabras lo que hubo entre
ellos, tampoco fue un acuerdo. Era algo
que se daba como debió haber sido. Esa noche y todas las noches verían el
amanecer en ese departamento. y cuando subieran los peldaños, encenderían las luces
y acariciarían al gato, preparando un café,
mirándose antes de abrazarse.
Los
días grises quedaron atrás, cada
uno cumplió sus
responsabilidades robando hojas
al almanaque y
a los tiempos
muertos. Ya no estaba
vedado el ansiado camino; ella
podría afrontar la
desventura de una
madre enferma, y él
una larga soledad.
Intentaron sacar
el vendaje a los ojos
de la doble
vida, pero llegaron
a la conclusión
de que era
mejor dejar todo
así: más simple
era seguir navegando
a dos aguas.
Al
tiempo no encontró forma de medir el transcurso de los
meses. Hasta que
despertó una mañana
y se encaminó
al departamento de ella:
se le había borrado
la dirección de
la memoria. No
supo reencontrar el
camino que ya era habitual. Repasó los
días transcurridos hasta
el anterior, y desesperado,
se echó a
caminar. Deambuló todo
el día, y cansado
y hambriento volvió
a su casa.
Revisó papeles, agenda,
buscó su teléfono.
Cuando
no supo
cómo recuperar su memoria, se
acordó del viejo
del local de
antigüedades.
robertp angel merlo
robertp angel merlo
viernes, 14 de marzo de 2014
DESPERTAR
El colectivo paró, el chofer abrió la puerta doble, la gorda
bajó como pudo atascándose y Lucho aprovechó para abrir la ventanilla desocupada.
Se tiró a la calle corriendo en dirección contraria. Dos cuadras después, caminó sin darse vuelta. Acalorado por
y con miedo suspiró sintiéndose a salvo, pero con los bolsillos vacíos. Si seguía
así, tendría que volver a su pueblo. Su
tarjeta de transporte no tenía
lugar, tendría que caminar.
Lo hizo como
pudo, arrastrando los pies, desalentado.
Faltaban pocas cuadras, le restaba atravesar una linda plaza de barrio y después de pasar las vías se encontraría con el
vecindario pobre y sucio. Se sentó en un banco a descansar. Noche cerrada, calor, pies que reventaban.
Enfrente, en un bar, vio una cara conocida. Se arrimó.
Era una pausa después de los tormentos del día. Tal vez lo
convidaran. Era Celso con otros vagos
conocidos. Lo invitaron a la mesa
y él nada dijo de no tener dinero, pero como sea, al rato estaba tomando
cerveza. Después, muerto de cansancio, o
por las cervezas, se durmió.
Al día siguiente se
despertó en un lugar desconocido y comenzó a pensar.
“Dónde me habré metido esta vez, voy a tener que parar la mano”, y sentía un olor feo que lo despertaba. Le habían dado al trago, y ahora tenía un fuerte dolor de cabeza.
¿Dónde estaba, en una
casa… ¿ pero cual? Miró y solo vio oscuridad, y el dolor de cintura,
por dormir en cualquier posición. Volvió
a dormir esperando la llegada del día.
De continuar con esa vida algo
iba a salir mal: deambulaban por la noche, perseguian minas para cargarlas
y asustarlas hasta verlas escapar con
miedo. Pequeña diversión para morir de risa. Compraban cigarrillos mientras uno de ellos
lo charlaba al kiosquero y otro se escapaba
sin pagar. Diversiones baratas: basurear gente, y reírse en la cara. En un bar americano, consumían a gusto y se
largaban sin pagar. Se acordó de lo que
había pasado por la noche. Se levantaron
todos de la mesa, fueron a caja como
para pagar, y alguien sacó un revolver para asaltar al pizzero. Se terminó armando lío, vino la policía, y escaparon.
Una tenue
claridad venía de algún lado, todavía no distinguía bultos familiares, el lugar
parecía extraño. De improviso se
encendieron luces, vio rejas y escuchó pitos de policías
Comprendió la
triste realidad.
roberto angel merlo
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