CAMBIO
DE HORARIO
Las oficinas
de la Bolsa daban
a una calle
céntrica muy comercial,
muy elegante. A
Julián le gustaba
salir de ese
lugar cargado y
tenso y encontrarse
de golpe en
un mundo tan
distinto. Allí valía
la distracción, las
compras o la
confitería. Respiraba aliviado
y dejaba la
atmósfera densa de
humo de cigarro,
para alternar con
ese ambiente distraído
y lejano, tan
despreocupado. Pero era
difícil olvidar el
apremio y las
llamadas frecuentes a
larga distancia, o la
Internet en
la pantalla enceguecedora
de la computadora.
Desde hacía
un tiempo no
le alcanzaba con
bajar las escaleras
o dejarse llevar por
el ascensor. Entonces
buscó refugio en
el club nocturno,
aunque no le
terminaba de gustar.
Sería por eso
que había cambiado
por algo más
absorbente, más dinámico.
Primero fue el
basquet, después otros
deportes, hasta
que el hockey
sobre patines llenó
su tiempo y lo sacó
al fin del
estrés demoledor. En
un principio se
había dejado estar
como mero espectador;
allí valía la
habilidad y el
buen estado físico,
la juventud. De a
poco se fue
metiendo en el círculo,
gracias a que
Cristian era amigo
de otras épocas
y hoy entrenaba
a uno de
los equipos femeninos
del club que
comenzó a frecuentar.
Eran todas
chicas jóvenes y
llenas de vida,
y él había
adquirido cierta habilidad,
en eso de
esmerare cada vez
que hacía la elección,
al decir “aquella”,
casi a dedo,
aunque a boca
cerrada y sin
gestos. Todo empezó, si no se
olvidaba de alguna,
con Viviana. Después
fue Julieta, y
no pretendía recordar
tantos nombres, sólo
con ésos bastaba,
pero el hecho
se había constituido
en una suerte
de acierto en
cuanto a verlas
destacarse como líderes
o goleadoras, y sin
darse cuenta su
entusiasmo por el
resultado de los partidos
fue tomando forma
y cuerpo, a
tal punto que
dejó de ser una
distracción y a
gravitar más y
más en su
vida, a polarizar
eso otro tan
distinto, los problemas
de la
Bolsa.
Sentía que
las cosas con
Marta se iban
dando igual. Una
nueva conquista lo
ayudaría a olvidarse
de la tendencia de los mercados.
Como siempre, le
gustaban dinamismo y
derroche de actividad que
la juventud de
ella se permitía.
Se hizo asiduo
a los partidos
donde podía verla
jugar, y comenzó
a seguir encuentros
interclubes. Su vida en la Bolsa se
estaba tornando mucho
más tolerable con el
equilibrio que significaba
prestarse al rumor
de las canchas,
el ambiente sano,
el olvido primero
y luego el
interés por algo donde
valía el esfuerzo
y la habilidad,
el relax como
premio a tanto
sudor.
Ya era
hora de una
cita. Marta casi
no había reparado
en él, pero eso
pudo compensarlo de la manera
que sabía: el
ramo de flores
encargado de antemano
por si había
triunfo. Marta tendría
que ceder ante
el despliegue de
atenciones y al
fin aceptar un
primer encuentro. Julián,
que era hábil
en el manejo
de ese tipo
de situaciones, aprovechó
esa ventaja. Pero
había algo distinto.
Marta no parecía
una chiquilla más, sabía
mantener cierta distancia,
y eso, en
la actitud ganadora
de Julián, era
un acicate, un
estímulo para lograr
su cometido.
Marta, morena
y callada, blusa
hasta el cuello,
casi siempre ropa
seria, parecía desmentir
su apego al
deporte. Apenas habían
cambiado un par
de frases y ella
no
imaginaba que él
la seguía por
los clubes con la esperanza
de agregar una
estrella más a su
bandera. Era la
tercera vez que
le mandaba flores.
En los últimos
partidos, cuando lo
veía entre el
público, lo saludaba
cordialmente. El la
invitaba a tomar
algo fresco en
el tercer tiempo,
y conversaban mesita
de bar de
por medio. Ninguna
otra cosa que el
interés deportivo parecía
acercarlos por entonces.
Marta se quedaba una
larga hora entre
baño y nuevas
ropas, y era
inútil que Julián
intentara estrategias absurdas
cuando ella saliera.
Aunque de verla
salir, sólo habrían
cambiado algunas frases;
a él lo
desconcertaba esa seriedad,
y por lo general
se volvía. Pasaron
dos semanas donde
el retorno a
su departamento era
Lucía y un
lento reconocimiento de
algo que fue
novedad, y ahora
cabalgaba sobre la
rutina y el
acostumbramiento.
Pero las
cosas con Marta podían apartarse
de lo que
parecía una constante.
Tal vez por
eso se empecinó.
Un mediodía de
domingo se encontraron
en casa de
Marta; casi por
obligación lo había
invitado con otros
amigos después del
hockey, y Julián
pensó que era
triste que sólo
fuera por compromiso.
El lunes
siguiente las cosas
ardían en la Bolsa , Julián
estuvo más estresado
que nunca y
Marta pareció tenerle
lástima cuando él se
lo contó. Quizás
fue por eso
que aceptó ir
al cine. Después
no rechazó el
brazo sobre los
hombros mientras que
Almodovar desplegaba su
arte, y Julián,
que sintió la
mano de ella
cerca de la
suya, la apretó
y siguieron mirando
como si algo
los uniera frente
a la pantalla.
Pensaba que
todo se daba
como tantas veces,
era tiempo de
preparar su departamento, invitarla,
aunque ya no
estaba seguro del
camino a seguir,
no estaba seguro
de que fuera
como otras veces.
No podía imaginarla
deslumbrándose por el
candelabro de velas
de colores o la
música funcional. Estaba
además la cama
de agua con
sábanas de seda
y el cielo raso
de espejos, porque
del consabido baldecito
para hielo con
la botella de
champán mejor prescindir.
Con Marta esas
cosas estaban fuera
de lugar. ¿Y
si todo terminaba
muy distinto a
lo que fueron
sus conquistas habituales?
Sintió que no
le disgustaba la idea, era
hora de dar
punto final a
esa precariedad.
Estaba Lucía,
claro, pero las
cosas con ella habían llegado
a un punto
muerto, hablar era la única
solución.

Pero
decidió que por un
corto plazo, cada uno
hiciera su vida
independiente.
Por ese tiempo,
un sino de
horarios cambiados lo
sacó del transcurso de
los días, y
lo llevó, con
su auto, a
la puerta de
ese hotel. La
vio salir sin
reconocerla. Pero después
no pudo creer
que fuera ella,
caminando del brazo
de un hombre
atlético que se
inclinaba para besarla, no
podía ser ella
con esa ropa
audaz y minifalda,
apretando el cuerpo
con familiaridad contra
el hombre que
la tomaba de
la cintura.
roberto angel merlo