MASCARADA
No ve bien en la noche de luces y
colores, le cuesta estacionar en el parque a pesar de estar iluminado. La ropa
le tira, está incómodo. Se encamina al edificio resplandeciente, escalinata de
acceso, pórtico encolumnado, inmenso ingreso, y un señor, el único, en la
multitud poli cromática. Le entrega su
tarjeta.
Se para junto al espejo bajo la araña
de cristales, y ve, enmarcado en volutas doradas y plateadas, al Arlequín. Lo
rodean extraños personajes que se mueven en la absurda noche de pitos y
matracas.
Absurda sí, repite Darío, pero quizás
más verdadera, como si fuera su propia piel, como si fuera su ropa de todos los
días.
Ya casi ha olvidado a Laura, razón de la velada,
cuando ve una colombina de pálido rostro.
Piensa que el antifaz no alcanza a ocultar tan hermosos ojos.
Arlequín, ya no es Darío, encamina sus
pasos a la colombina. Le habla como si siempre se hubieran conocido, que puede
asombrar en la noche de fantasía y
colores. Vuelca su pasión en palabras que hubiera dicho a Laura. Ve sonreír los
ojos detrás del antifaz.
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Cerca, Merlín observa y se ríe a
carcajadas. El sonido se rompe en mil partículas ¿O es lluvia de fuegos artificiales?
El calor lo sofoca, el ritmo es marcado
y rápido, los giros no cesan.
Alcanza a escuchar la última carcajada
de Merlín y apenas la ve.
El silencio los envuelve, el parque está
vacío, las luces pintan formas azules de pinos y palmeras, y allí, frente a él
– los vaqueros se le pegan, la camisa abierta apenas lo alivia – Laura, ¿es ella?, sonríe en la penumbra de
jacarandás.
roberto angel merlo