El colectivo paró, el chofer abrió la puerta doble, la gorda
bajó como pudo atascándose y Lucho aprovechó para abrir la ventanilla desocupada.
Se tiró a la calle corriendo en dirección contraria. Dos cuadras después, caminó sin darse vuelta. Acalorado por
y con miedo suspiró sintiéndose a salvo, pero con los bolsillos vacíos. Si seguía
así, tendría que volver a su pueblo. Su
tarjeta de transporte no tenía
lugar, tendría que caminar.
Lo hizo como
pudo, arrastrando los pies, desalentado.
Faltaban pocas cuadras, le restaba atravesar una linda plaza de barrio y después de pasar las vías se encontraría con el
vecindario pobre y sucio. Se sentó en un banco a descansar. Noche cerrada, calor, pies que reventaban.
Enfrente, en un bar, vio una cara conocida. Se arrimó.
Era una pausa después de los tormentos del día. Tal vez lo
convidaran. Era Celso con otros vagos
conocidos. Lo invitaron a la mesa
y él nada dijo de no tener dinero, pero como sea, al rato estaba tomando
cerveza. Después, muerto de cansancio, o
por las cervezas, se durmió.
Al día siguiente se
despertó en un lugar desconocido y comenzó a pensar.
“Dónde me habré metido esta vez, voy a tener que parar la mano”, y sentía un olor feo que lo despertaba. Le habían dado al trago, y ahora tenía un fuerte dolor de cabeza.
¿Dónde estaba, en una
casa… ¿ pero cual? Miró y solo vio oscuridad, y el dolor de cintura,
por dormir en cualquier posición. Volvió
a dormir esperando la llegada del día.
De continuar con esa vida algo
iba a salir mal: deambulaban por la noche, perseguian minas para cargarlas
y asustarlas hasta verlas escapar con
miedo. Pequeña diversión para morir de risa. Compraban cigarrillos mientras uno de ellos
lo charlaba al kiosquero y otro se escapaba
sin pagar. Diversiones baratas: basurear gente, y reírse en la cara. En un bar americano, consumían a gusto y se
largaban sin pagar. Se acordó de lo que
había pasado por la noche. Se levantaron
todos de la mesa, fueron a caja como
para pagar, y alguien sacó un revolver para asaltar al pizzero. Se terminó armando lío, vino la policía, y escaparon.
Una tenue
claridad venía de algún lado, todavía no distinguía bultos familiares, el lugar
parecía extraño. De improviso se
encendieron luces, vio rejas y escuchó pitos de policías
Comprendió la
triste realidad.
roberto angel merlo