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viernes, 25 de enero de 2013

SEPTIMA, HECHICERA


Séptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciudad de Hadrumeto. Y su madre Amoena fue esclava, y la madre de ésta fue esclava, y todas fueron bellas y obscuras, y los dioses infernales les revelaron filtros de amor y de muerte. La ciudad de Hadrumeto era blanca y las piedras de la casa donde vivía Séptima eran de un rosa trémulo. Y la arena de la playa estaba sembrada de conchillas que arrastra el mar tibio desde la tierra de Egipto, en el lugar donde las siete bocas del Nilo derraman siete limos de diversos colores. En la casa marítima donde vivía Séptima, se oía morir la franja de plata del Mediterráneo y, a sus pies, un abanico de líneas azules resplandecientes se desplegaba hasta al ras del cielo. Las palmas de las manos de Séptima estaban enrojecidas por el oro, y las puntas de sus dedos pintadas; sus labios olían a mirra y sus párpados ungidos se estremecían suavemente. Así iba por los caminos de las afueras, llevando a la casa de los sirvientes una cesta de panes tiernos.
Séptima se enamoró de un joven libre, Sextillo, hijo de Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas a aquellas que conocen los misterios subterráneos, ya que están sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y así como Eros gobierna el centelleo de los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anteros desvía las miradas y atenúa la acritud de los dardos. Es un dios bienhechor que mora en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee el nepente que da el olvido. Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres, odia y cura el amor. Sin embargo, no tiene el poder de echar a Eros de un corazón ocupado. Entonces toma el otro corazón. Así Anteros lucha contra Eros. Por esto fue que Sextillo no pudo amar a Séptima. Tan pronto como Eros hubo llevado su antorcha al seno de la iniciada, Anteros, irritado, se apoderó de aquel a quien ella quería amar.
Séptima supo del poder de Anteros en la mirada baja de Sextillo. Y cuando el temblor púrpura aferró al aire de la tarde, salió por el camino que va desde Hadrumeto hasta el mar. Es un camino apacible donde los enamorados beben vino de dátiles recostados en las murallas pulidas de las tumbas. La brisa oriental sopla su perfume sobre la necrópolis. La joven luna, todavía velada, va allí a vagabundear, incierta. Muchos muertos embalsamados alardean alrededor de Hadrumeto en sus sepulturas. Y allí dormía Foinisa, hermana de Séptima, esclava como ella, muerta a los dieciséis años, antes de que ningún hombre hubiese respirado su olor. La tumba de Foinisa era estrecha como su cuerpo. La piedra abrazaba sus senos oprimidos por vendas. Muy cerca de su frente baja una larga losa cortaba su mirada vacía. De sus labios ennegrecidos se elevaba todavía el vapor de los aromas en que la habían empapado. En su mano quieta brillaba un anillo de oro verde con dos rubíes pálidos y turbios incrustados. Soñaba eternamente en su sueño estéril con las cosas que no había conocido.
Bajo la blancura virgen de la luna nueva, Séptima se tendió junto a la tumba estrecha de su hermana, contra la buena tierra. Lloró y pegó su rostro a la guirnalda esculpida. Acercó su boca al conducto por donde se vierten las libaciones y su pasión brotó:
-Oh, hermana mía, apártate de tu sueño para escucharme. La pequeña lámpara que ilumina las primeras horas de los muertos se apagó. Has dejado deslizar de tus dedos la ampolla de vidrio coloreada que te habíamos dado. El hilo de tu collar se rompió y los granos de oro se derramaron alrededor de tu cuello. Ya nada de nosotros es tuyo y ahora aquel que tiene un halcón en la cabeza te posee. Escúchame, pues tú tienes el poder de llevar mis palabras. Ve a la celda que tú sabes y suplícale a Anteros. Suplícale a la diosa Hator. Suplícale a aquel cuyo cadáver despedazado fue llevado por el mar en un cofre hasta Biblos. Hermana mía, ten piedad de un dolor desconocido. Por las siete estrellas de los magos de Caldea, yo te conjuro. Por las potencias infernales que se invocan en Cartago, Jao, Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encantamiento. Haz que Sextillo, hijo de Dionisia, se consuma de amor por mí, Séptima, hija de nuestra madre Amoena. Que arda en la noche; que me busque junto a tu tumba. ¡Oh, Foinisa! O llévanos a los dos a la morada tenebrosa, poderosa. Ruega a Anteros que enfríe nuestros alientos si le niega a Eros que los encienda. Muerta perfumada, acoge la libación de mi voz. ¡Ashrammachalada!
Inmediatamente, la virgen vendada se levantó y penetró en la tierra mostrando los dientes.
Y Séptima, avergonzada, corrió por entre los sarcófagos. Hasta la segunda noche permaneció en compañía de los muertos. Espió a la luna fugitiva. Ofreció su garganta a la mordedura salada del viento marino. Fue acariciada por el primer oro del día. Después volvió a Hadrumeto y su larga camisa azul flotaba detrás de ella.
Mientras tanto, Foinisia, rígida, erraba por los circuitos infernales. Y aquel que tiene un halcón en la cabeza no escuchó su ruego. Y la diosa Hator permaneció tendida en su funda pintada. Y Foinisia no pudo encontrar a Anteros, pues ella no conocía el deseo. Pero en su corazón mustio sintió la piedad que los muertos tienen para con los vivos. Entonces, a la segunda noche, a la hora en que los cadáveres se liberan para consumar los encantamientos, hizo que sus pies atados se movieran por las calles de Hadrumeto.
Sextillo temblaba acompasadamente, agitado por los suspiros del sueño, con el rostro vuelto hacia el techo de su habitación surcado de rombos. Y Foinisia, muerta, envuelta en las vendas olorosas, se sentó a su lado.
Y ella no tenía ni cerebro ni vísceras; pero su corazón desecado había sido puesto de nuevo en su pecho.
Y en ese momento Eros luchó contra Anteros, y se apoderó del corazón embalsamado de Foinisia. En seguida deseó el cuerpo de Sextillo, para que estuviese acostado entre ella y su hermana Séptima en la casa de las tinieblas.
Foinisia posó sus labios tintados en la boca viva de Sextillo y la vida escapó de él como una burbuja. Después se encaminó a la celda de esclava de Séptima y la tomó de la mano. Y Séptima, dormida, se dejó llevar por la mano de la hermana. Y el beso de Foinisia y el abrazo de Foinisia hicieron morir, casi a la misma hora de la noche, a Séptima y a Sextillo. Tal fue el desenlace fúnebre de la lucha de Eros contra Anteros; y las potencias infernales recibieron una esclava y un hombre libre al mismo tiempo.
Sextillo está acostado en la necrópolis de Hadrumeto, entre Séptima, la encantadora, y su hermana virgen Foinisia. El texto del encantamiento está inscripto en la placa de plomo, enrollada y perforada por un clavo, que la encantadora deslizó por el conducto de las libaciones en la tumba de su hermana.
                                                      Marcel Schwob


 Escritor simbolista francés nacido en Chaville, uno de los escritores más refinados y cultos de su tiempo. La brevedad de su vida no le impidió desarrollar una obra singular y personal. Alternando la creación con la crítica y con la reconstrucción de leyendas medievales, dejó estudios memorables sobre algunos escritores. Jorge Luis Borges escribió que Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob, fue el punto de partida para su narrativa. Otras obras suyas son, Doble corazón (1891), Le roi au masque d'or (1892), Mimos (1893), El libro de Monelle (1894) y La cruzada de los niños (1896). Orfebre sutil y poético del lenguaje.

domingo, 13 de enero de 2013

EL MÁS VIEJO DEL MUNDO




Ni siquiera los libros de magia, ni Borelius ni Paracelso ni Hermes Trismegisto lograban conmoverlo.  Ni el escarabajo azul convertido en piedra por la mirada de una Gorgona, ni la ponzoñosa túnica en jirones de la pérfida Deyanira (prudentemente encerrada en un frasco de vidrio), ni el dodecaedro de pálido mármol que descansaba sobre un pedestal de humo negro.
Un solo elemento acaparaba la atención del viejo coleccionista de antigüedades: un singular objeto que lo desvelaba hasta privarlo casi de la razón.
Sin embargo este objeto permanecía oculto en una hermética caja de madera que decoraba su gabinete.  Sabía de qué se trataba,  pero ignoraba su apariencia.  
Sobre la caja se leía una inscripción, una nefasta inscripción incisa en antiguos caracteres  y descifrada por el anticuario:”la que no debe ser vista”.  Auguraba además su destrucción en el caso de ser abierta la caja.
El anciano imaginaba el objeto en cada uno de los hipotéticos detalles, y lo deseaba intensamente. La fatal escritura  atormentaba su cerebro machacándolo a cada instante: “el que no debe ser visto”.  Siguió resistiendo la tentación de abrir la caja, hasta que una tarde se decidió a destaparla, aun a riesgo de perder la fortuna temerariamente invertida.
Con el enigma castigando sus ojos metió una fina hoja de acero en la hendidura leñosa y durante toda la noche combatió sin descanso contra el tenaz  ensimismamiento de la caja.  Al fin lo venció.
En su interior, envuelto en un grueso paño, yacía el objeto.   Con una mirada brutalmente sabia el anticuario pareció traspasar el espesor de la tela.   Con ágiles movimientos de experto la retiró y descubrió tres envoltorios más,  hechos con oscuros papeles de seda: uno doblado hacia abajo, otro hacia arriba, y el tercero nuevamente hacia abajo.   Durante años los envoltorios habían preservado de la claridad al objeto.
Se hizo entonces visible lo que tanto había deseado, y el coleccionista supo entonces que no le habían mentido.  Ceñido en un antiguo marco de plata labrada resplandecía un espejo, el más viejo del mundo.
Lo acarició con deleite mientras se contemplaba en él. Ninguna superficie había reproducido con tal fidelidad de líneas  sus rasgos. Sólo unas esquirlas de luz delataron su enfermiza ambición en el andamiaje sombrío de las pupilas.  Y al comprobar la falta del apocalíptico presagio el entusiasmo creció.
Acaso “el que no debía ser visto”  se había reducido a cenizas…  O habría estallado en pedazos cubriéndolo de infortunio…O simplemente se había escurrido de sus manos transformado en arena…  La felicidad permaneció todavía por unos segundos. Luego una mínima pero creciente convexidad   empezó a modificar la superficie pulida.  Un comportamiento anómalo en el agua del espejo la hizo subir hasta desparramarse, hasta caer transformada en imágenes por sobre los bordes del marco.  Mientras el sorprendido anciano llevaba una de sus manos a la boca y una gota plateada lo invadía  con un inesperado sabor metálico, delgadísimas láminas fluyeron de la profundidad del espejo, inundaron el piso de la habitación, se arremolinaron en los rincones, y ya libres buscaron la calle.

La imagen del rostro azorado del  coleccionista había rebasado el espejo. Un espejo repleto de figuras, un espejo harto de acumular, de repetir, de ilustrar servilmente las formas de este mundo.       
 rober



Solemos utilizar la frase "abrir la caja de Pandora" cuando queremos decir que alguno de los actos que realizamos en la vida nos va a traer nuevos males o nuevas desgracias. 
La historia de Pandora y su famosa caja se enmarca dentro del mito de Prometeo, que robó el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, según nos cuenta la mitologia griega. 
La historia de Pandora es una venganza de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego. 





domingo, 6 de enero de 2013

TRISTE REALIDAD


¿Qué sucede en nuestro país?  Una triste realidad


Los medios de protección que la Constitución nos proporciona, son la libertad y los privilegios y recompensas conciliables con la libertad.
Los argentinos hemos sido ociosos por derecho y holgazanes legalmente. Se nos alentó a consumir sin producir.
Nuestras ciudades capitales son escuelas de vagancia de quienes se desparraman por el resto del territorio después de haber sido educados entre las fiestas la vagancia y la   disipación.
No carecemos de alimentos sino de educación, y por eso tenemos pauperismo mental.
En realidad nos morimos de hambre de instrucción, sabiduría y conocimientos prácticos y de ignorancia de hacer bien las cosas.
Hay quienes se mueren de pereza en la abundancia, quieren comida sin trabajar, viven a costas del Estado y eso los mantiene desnudos, ignorantes y esclavos de su propia condición.
El origen de la riqueza son el trabajo y  la ociosidad es origen de la miseria.
La ociosidad es nuestro verdadero enemigo. Es una  infamia porque engendra miseria y atraso mental. De allí surgen los tiranos y el caos de desorden que serían imposibles si hubiera progreso del conocimiento de esa parte ociosa de la población.



  Parte de este texto fue extraído del escrito de  JUAN BAUTISTA ALBERDI del año 1855.